No es cuestión de hacer una reflexión sobre cómo escalar una montaña. Por algunos es sabido que tengo cierto vértigo y lo paso rematadamente mal, en carreteras con curvas y precipicios. Y ya si el suelo es transparente ni os cuento. Lo peor es que a veces eso repercute en los que tengo a mi lado, porque se ponen nerviosos al volante de lo mal que me ven a mí. Pero esta entrada va de otras "montañas". De las cimas que alcanzamos con nuestro esfuerzo y el soporte de aquellos en los que sabemos que sí nos podemos apoyar. Hay cimas que alcanzamos relativamente solos, y otras tantas para las que necesitamos compañía, al menos en parte del trayecto. A mí no me asusta "escalar" sola, porque aunque alcance sola alguna cima, en algún punto de la ruta, he estado acompañada. Y esa es la vida, un camino, un trayecto, un viaje por lugares situados a diferentes altitudes. Subir cuesta, bajar muy rápido puede ser dañino y doloroso, y atravesar valles de cuando en cuando nos da un balón de oxígeno. Y todos esos puntos hacen falta.
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El pasado 5 de agosto, martes, estuve, muy bien acompañada, en un concierto de Rozalén. Dudaba yo si era el cuarto o el quinto. Tras consultarlo con la almohada, me he dado cuenta que fue el quinto. Dos en el CAEM de Salamanca, uno en la Plaza Mayor de Salamanca (contexto Ferias y Fiestas de septiembre), otro en Valencia y, el del pasado martes, fue el quinto pero ojalá no el último, en Ledesma. El espacio escogido era el patio del castillo-fortaleza, de lo que un día fue y lo poquito que queda en pie. Hace más de 20 años ya estuve en ese espacio, acompañando en una canción (La vida en la maleta o algo así creo que se titulaba), a una cantautora llamada Paula, cuyo apellido no recuerdo si era Lecuona o Leucona, algo parecido. Ella cantaba y tocaba la guitarra, y en la citada canción, en una parte, yo recitaba lo que Paula me había dado por escrito previamente. Fue una casualidad, la persona que debía hacerlo no podía, y pensó en mí, no sé muy bien por qué porque nunca nos hemos tenido especial simpatía. Creo que ambas percibíamos esa falta de "feeling".
Casualidades de la vida, al salir del concierto de Rozalén, me crucé con la persona que os digo, nos miramos pero ni hola ni amago por ninguna parte de pararse a hablar. A mí casi me dio la risa, pensando que hay cosas que no cambian, por mucho que haya llovido.
El concierto de Rozalén me pillaba más sensible de la cuenta, solo cuatro días después del segundo aniversario de la muerte de mi padre. Que no era la fecha en sí, sino los recuerdos agolpándose alrededor de esa fecha, días antes y días posteriores.
Rozalén advirtió de las dos canciones más tristes que íbamos a escuchar aquella noche. La segunda, dijo, dedicada a su padre, que había fallecido repentinamente hace tres años. Tela marinera. Y nos invito a vaciarnos, y luego procurar llenarnos con el resto del concierto. Así que con los primeros acordes de "Todo lo que amaste", me encontraba llorando como una magdalena, y las lágrimas no paraban, aunque también se me escapaba alguna tímida sonrisa, acompañando a las lágrimas. Sé que esta entrada no va a llegarle, no obstante me encantaría. Y me parece que no es la primera en la que menciono a Rozalén para darle las gracias, pero debo hacerlo, quiero hacerlo. María de los Ángeles del Carmelo Rozalén Ortuño, gracias, una vez más, por esa manera tan hermosa de darle voz y ponerle música a unos sentimientos tan complicadísimos de expresar, y por contarlo con tanto amor. Por hacerme sentir que esa canción no solo era para tu padre, sino para el mío también, y para cualquier otra persona amada que se nos haya ido sin esperarlo. Bien es verdad que nunca esperamos que los que más amamos vayan a dejar de estar vivos. Miraba el cielo desde esa fortaleza ledesmina, y las nubes, empecinadas en ocultar o dejar ver la luna, mientras el viento ondeaba las banderas o las dejaba descansar. Gracias María, de corazón. Fue muy emocionante ver en directo cómo interpretabas una canción que a mí me llegaba tan adentro. Tremenda suerte la mía. Sé que a mi padre le llegó. Y más desde ese lugar, en el que solo había estado en la ocasión que expliqué hace unos párrafos, y él fue una de las personas que me acompañó.
Y por "Vivir", que compartí hace años con el que es mi pareja. Gracias porque pudimos escucharte juntos cantarla.
Entre algo de baile, lágrimas, sonrisas, recuerdos, ilusiones y esperanza...acabó el quinto concierto de Rozalén al que tengo la suerte de asistir. Reconozco que al aire libre, y en el lugar que fue, tuvo su encanto, pero me inclino más a un espacio cerrado, más cómodo y con mejor acústica. Llegará un sexto, lo intuyo. Eres la artista (cantante se me queda un poco incompleto) a la que más veces he visto en concierto...Por algo será. Y claro, es inevitable que algunas de tus canciones formen parte de la "banda sonora" de mi vida.
Las canciones de Rozalén, y de otros intérpretes, me han acompañado en los momentos más significativos de mi vida. A veces doy con ellas de casualidad, otras las busco intencionadamente. Reconozco que la música puede ser un bálsamo ante el dolor o la tristeza, un plus ante la alegría o la ilusión, y un amigo fiel en cualquier etapa por la que estemos transitando.
Y con o sin música, pero mejor con ella, seguiré subiendo montañas, y lo que haga falta, para alcanzar nuevas metas y "conquistar" espacios con los que sueño. Quizá no lo logre, pero mi idea es continuar haciendo lo más ameno y llevadero posible el trayecto.
Evidente que la entrada solo puede cerrarse con música de Rozalén: "Todo sigue igual."
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