lunes, 19 de octubre de 2020

Emociones con mascarilla, otoño y confinamiento

 Dimos la bienvenida al pasado fin de semana con la mala noticia del "confinamiento" de Salamanca, avalado por los nada buenos datos de número de contagiados, nivel de ocupación de las UCIs...Y si bien es verdad que sorpresa, sorpresa no fue, tonta de mí sí me disgusté. Tenía una escapadita de ida y vuelta planificada y evidentemente, no ha podido ser. Bueno, cuando se pueda. Y a eso le añado la parte más dolorosa, el no poder a personas por la "frontera" invisible que debemos respetar. Todo sea por la salud, pero intuyo que se van a hacer largos los quince días. Además, con el runrún de pensar que tenemos muchas papeletas de no quedarnos solo en dos semanas de confinamiento relativo. Intentaremos disfrutar de lo que sí podemos hacer. Y desde luego que todos esos momentos "confinados" se disfrutarán más cuando puedan ser reales. Paciencia.

Ayer dando un paso nos topamos con un puente cortado, resulta que si cruzabas el puente estabas ya en Santa Marta. Si pienso en otro sitio ya me metería en Villamayor (y tampoco se puede). Se me ocurre otro y resulta que pertenece a Villares de la Reina. Y así un largo etcétera. Sí, ciertamente Salamanca es muy pequeña ja, ja, ja.

Pese a lo anterior ayer pudimos disfrutar de los colores de otoño, estación de la que me declaro profundamente enamorada. Me da igual que no sea la primera vez (ni la última) que lo menciono en el blog. Sé que hay muchos amantes del calorcito (verano), pero me quedo con el otoño, la pena es que en Salamanca suele ser corto, un pequeño puente entre el verano y el largo invierno. Pero la paleta de colores que nos ofrece (amarillos, ocres, anaranjados, rojizos, marrones...), la lluvia (el sonido de las nubes descargando con energía, ese olor a tierra mojada...), la caída de las hojas (inigualable ese leve crujido al pasear y pisarlas, o la suavidad con la que viajan del árbol al suelo)...No sé, todo, que soy de otoño, y punto.


Creo que por culpa del confinamiento, no el de ahora, que lo llamamos igual que al de "antes," pero afortunadamente poco se parecen, le estoy empezando a coger cierto gusto a lo de estar más cerca de la naturaleza. Antes suponía casi un esfuerzo el ir, ahora me lo pide el cuerpo, y me da en la nariz que esto va a más, pese a mí más que conocida alma de urbanita.

Y con todo lo que hay, la vida sigue, confinados, semiconfinados o desconfinados, pero el tiempo pasa y en menos que canta un gallo sé yo de un par de supermercados que van a bombardearnos con turrones, polvorones y todo dulce navideño que exista. Y me pregunto si de verdad 2020 va a terminar algún día. Tal vez no adelantemos mucho tomándonos las uvas y deseándonos Feliz 2021, más que nada porque con él no despedimos al doloroso COVID (y todo lo que se está llevando por delante); pero quiero pensar que el año nuevo sí traerá algo de esperanza. Y ojo, no voy a crucificar al 2020, porque por razones obvias (nada buenas) y otras, reconozco que me está dando muchos motivos para sonreír.

La mascarilla se ha convertido en una especie de escudo, barrera higiénica contra el virus, pero también barrera física que dificulta la comunicación. Mi memoria asocia nombre y cara. Sí, me resulta mucho más sencillo recordar el nombre de una persona cuando he memorizado su cara. Ahora no me ha quedado otra que intentar asociar el nombre con la parte de la cara que queda a la vista. Si bien mucha información está quedando oculta tras la mascarilla, hoy en día no nos queda otra que centrarnos en los ojos, y eso me encanta. De por sí es la parte del cuerpo en la que más me fijo, y disfruto mirando a la gente a los ojos, especialmente cuando da la sensación de estar recibiendo sonrisas a través de la mirada, amabilidad, dulzura, complicidad, cariño...Ya, ¡imaginación al poder! Puede ser, pero soy más feliz así. 

Ahora, a todas los roles que desempeñamos en nuestro día a día en las aulas: jueza de paz, psicóloga, limpiadora, enfermera, administrativo, mamá del cole...Se suma uno nuevo: traductora de emociones a través de la mascarilla. Y no es nada fácil. Reconozco que lleva su tiempo, pero merece la pena aprender este nuevo idioma. No vamos a dejar de sentir por llevar puesta la mascarilla gran parte de la jornada. Seguimos sonriendo, llorando, quejándonos, poniéndonos nerviosos, sintiendo vergüenza, mostrando cansancio (o agotamiento)...Y a lo mejor es solo eso, seguir con la vida, conviviendo con la anormalidad pero recordándonos a nosotros mismos que nunca vamos a dejar de sentir una u otra emoción, no habrá mascarilla que lo impida. Y a eso sí me apunto, a vivir la vida al máximo, sin cerrarnos puertas por más trabas que nos pongan o complicaciones que existan, pese a todo, pese a todos. Vamos a continuar sintiendo, y a ser muy felices, pese al COVID, o quizás gracias a él, la vida se ve de una manera distinta.

Un inciso que a lo mejor a muchos puede pareceros que no viene a colación. 19 de octubre, Día internacional del cáncer de mama. Un recuerdo muy pero que muy cariñoso para las que ya no están, Alejandra Sierra Martín, perdonadme pero quiero que en mi caso lleve nombre y apellidos. Para ella y para vuestras "Alejandras," luchadoras incansables, peleonas de la vida,  ejemplo de humanidad, dignidad y de cómo se convive con la muerte pisándote más que los talones...Aunque no me apetece dedicarles a ellas únicamente estas palabras. El recuerdo de la fecha de hoy va también para las que siguen aquí, entre nosotros, al pie del cañón, luchando. Y para las familias y amigos de las ausentes que tuvieron que dejarnos (siempre antes de tiempo) y las presentes (que continúan batallando). 

El punto musical es una canción de Rosana, recién sacadita del horno, "La vida es bonita." Desde luego que lo es.

domingo, 4 de octubre de 2020

Quino, la isla y el tiempo

 ¡Vaya comienzo de curso! La montaña rusa de otras ocasiones es anecdótica respecto a la de este año. Y pese a que olemos a gel hidroalcohólico las 24 horas, estamos muy ventilados (je, je, COVID-19 no, pero por favor, sentido común para evitar pulmonías), intentamos mantener la distancia social (cuando se puede), nos lavamos las manos incluso más que antes, pasamos al menos siete horas casi seguidas con la mascarilla...¡Valió la pena! Al menos a mí sí, pese a todos los inconvenientes de la anormalidad reinante. Tenía miedo, pero ganas, demasiadas, de volver a estar en las aulas con niños y niñas, de compartir experiencias con mis nuevos compañeros, y conocer mi nuevo destino. Y qué bonito es reírse mientras "trabajas," adivinar la sonrisa de los alumnos bajo la mascarilla (o sus bostezos, o sus malas caras...). Creo que si siempre he usado las manos para comunicarme, ahora parezco una azafata de Iberia, pero da igual. Hay que hacerse entender, procurar que las clases sean lo más amenas y fructíferas posibles y no una losa para todos. Y disfrutar cada cosa bonita que pasa en el cole, y las hay...¡Vaya que sí! Al principio pensé en no poner nada de decoración. Fui viendo las paredes de mi tutoría, de un tono azul precioso, ni hecho a medida...Y me cuenta que sí me apetecía poner algunas cositas, que dejaran ese espacio más humano. En ello ando, cuando esté lista, pondré alguna foto aquí. Esta vez he optado por las mariposas, pero en cantidades relevantes. Por mariposas no va a ser. Al fin y al cabo, todos teníamos ganas de volar, colorido no les falta y recorren todos los rincones del aula. Ah, y algo que no pega con la metáfora pero es necesario, son de plástico y me resulta fácil limpiarlas je, je (todo suma).

Como comentaba ayer con una compi de la Escuela de Idiomas (ha llovido bastante, pero fue una época muy bonita), al final, cada uno, ha de intentar estar bien y ser lo más feliz que pueda en su isla. Y nada de obsesionarse con el pasado o agobiarse con el futuro. Gracias Rubí, por la paz que transmites, y por ser un soplo de aire fresco y distinto en medio de tanta paranoia. Debo reconocer que mi isla es cada vez más mía y más confortable. Quizá no tenga todavía las medidas ni los "muebles" que me gustaría, pero tal cual está, es perfecta. 

Esta pandemia me ha demostrado que los malos no se han hecho buenos precisamente. Los que ya eran buenos o se han quedado igual o han mejorado (excepto algún díscolo que ha ido a peor). También me ha ayudado a darle todavía más importancia a las relaciones humanas, al ritmo de cada persona, a las vivencias de cada cual, a los detalles compartidos, a la atención, al cariño (con y sin distancia), a los mimos sin fecha de caducidad, a las charlas sin tabúes, a la sinceridad con tacto, a la empatía real...Y por supuesto a recordar lo que de verdad importa. Para cuatro días que estamos en este mundo, vamos a pasarlos lo mejor que podamos, a arriesgarnos, a emocionarnos, a apoyarnos, a vivirlos con pasión. No sabemos qué nos deparará el mañana, ahora mucho menos que antes, pero sí aquello y aquellos que tenemos hoy, y es más que suficiente. 

Y vivan los paseos por la ribera del río, las visitas a las tiendas de "chinos" en busca de tesoros, el cine, los cafés, las conversaciones de sofá y mantita (o de coche, o cualquier otro lugar...¡Viva la comunicación!), los libros que cuentan historias que te recuerdan a personas, las coincidencias, las diferencias, las terrazas (sin lejía chorreando por las sillas), los reencuentros, las escapadas por la naturaleza (cámara al cuello), la gente que nos quiere y que nos hace querernos más a nosotros mismos y a ellos. Vivan los amigos, la familia, los compañeros...Y que vivan también los silencios mientras miramos a alguien a los ojos, las caricias, el móvil (cuando no hay otra alternativa), las noches de luna llena, las ganas de seguir mirando al cielo, los recuerdos amables. Ah bueno, por supuestísimo, ¡viva la música! Y esas canciones que hacemos nuestras e incluimos en la banda sonora de nuestra vida. Las cuestas cuando las subimos acompañados (solos es más aburrido y parecen más empinadas). Viva la gente sin adornos, sin grandes florituras, que son lo que aparentan, cristalinos como la orilla del Mediterráneo cuando las olas son pausadas (¡qué ganas de pisar la arena de la playa y contemplar el mar!). Y creo que ya me he quedado satisfecha, sabéis que llevaba bastante sin sentarme de manera pausada a escribir en el blog y hoy ya me lo pedía el cuerpo.

En desorden, ya he hablado de la isla (mi isla) y el tiempo. Me falta Quino. El título me parecía que sonaba mejor en el orden que lo puse, pese a habérmelo saltado a la torera. Quino, qué tristeza, se nos fue el pasado 30 de septiembre, a los 88 años. De pequeña la verdad es que Mafalda no me llamaba la atención, era casi una completa desconocida para mí. La descubrí gracias a uno de mis dos ángeles de la guarda. Gracias Jesús, no por Mafalda, sino por todo, quién iba a pensar que unos pisos más arriba vivía uno de mis ángeles de la guarda. Pues bien, conocer a Mafalda es quererla. Y Quino era su papá, por eso me dio tanta pena enterarme de su fallecimiento. Aunque tenemos la suerte que su obra está ahí, para siempre, así que él no se ha ido del todo. Durante muchos años Mafalda me ha acompañado en mi andadura laboral. Recuerdo perfectamente una que hice para el hall del CEIP Miróbriga de Ciudad Rodrigo (mi primer destino como funcionaria en prácticas). Tenía los brazos abiertos, pinté su ropa con ceras DACS en tonos azul y rosa pastel, y puse Estás en el CEIP Miróbriga...BIENVENID@. Otra decoró una especie de árbol sobre la convivencia colocado en una de las escaleras del CEIP Santa Catalina. ¿Te acuerdas, Marisa? Y otras viajaron después conmigo a los destinos por los que pasé. De hecho cuando me decidí a formar parte de Facebook (la de años que opuse resistencia), tuve claro que iba a ser mi imagen, y ahí sigue, abrazando el mundo, tan amorosa como siempre. No sé si tengo mucho, poco o nada de Mafalda, o Mafi, como a veces la llamo cariñosamente. Pero adoro su agudo sentido del humor, tan ácido a veces, sus juegos de palabras otras, no sé, todo, su manera de ver el mundo, y escudriñarlo. Me encanta la gente que no pasa de puntillas por él. Como pequeño homenaje, he hecho algunas fotos a parte de las cositas de Mafalda que tengo. Lo que pasa es que están repartidas y no he podido reunirlas todas (también el calendario, un clasificador, un cuaderno...). Tengo en la lista de pendientes visitar Oviedo, y cuando lo haga me sentaré a su lado. Sé que esa escultura está en otras partes del mundo, pero Oviedo me pilla más a mano.



Pero a Mafalda no la he usado solo como motivo decorativo de coles y/o mi casa. También ha sido una herramienta educativa, en coles e instituto (Guijuelo). Por eso, gracias infinitas Quino, por traer a este mundo una niña así, tan especial, un personaje para la posteridad, igual que su creador.

Además incluyo tres de las tiras de Mafalda. Disfrutadlas.



Y como una de mis "actividades" preferidas es dar las gracias. Gracias a los que hacéis que vea la vida más bonita todavía a través de vuestros ojos, o con ellos cerca. De ahí que vuelva a Rozalén, pero a la versión acústica, para repetirme un pelín menos. Y ya veremos qué nos muestran las estrellas, la luna o cualquier parte de este mundo raro, hermoso, a ratos incomprensible, sorprendente en otros momentos.