domingo, 4 de octubre de 2020

Quino, la isla y el tiempo

 ¡Vaya comienzo de curso! La montaña rusa de otras ocasiones es anecdótica respecto a la de este año. Y pese a que olemos a gel hidroalcohólico las 24 horas, estamos muy ventilados (je, je, COVID-19 no, pero por favor, sentido común para evitar pulmonías), intentamos mantener la distancia social (cuando se puede), nos lavamos las manos incluso más que antes, pasamos al menos siete horas casi seguidas con la mascarilla...¡Valió la pena! Al menos a mí sí, pese a todos los inconvenientes de la anormalidad reinante. Tenía miedo, pero ganas, demasiadas, de volver a estar en las aulas con niños y niñas, de compartir experiencias con mis nuevos compañeros, y conocer mi nuevo destino. Y qué bonito es reírse mientras "trabajas," adivinar la sonrisa de los alumnos bajo la mascarilla (o sus bostezos, o sus malas caras...). Creo que si siempre he usado las manos para comunicarme, ahora parezco una azafata de Iberia, pero da igual. Hay que hacerse entender, procurar que las clases sean lo más amenas y fructíferas posibles y no una losa para todos. Y disfrutar cada cosa bonita que pasa en el cole, y las hay...¡Vaya que sí! Al principio pensé en no poner nada de decoración. Fui viendo las paredes de mi tutoría, de un tono azul precioso, ni hecho a medida...Y me cuenta que sí me apetecía poner algunas cositas, que dejaran ese espacio más humano. En ello ando, cuando esté lista, pondré alguna foto aquí. Esta vez he optado por las mariposas, pero en cantidades relevantes. Por mariposas no va a ser. Al fin y al cabo, todos teníamos ganas de volar, colorido no les falta y recorren todos los rincones del aula. Ah, y algo que no pega con la metáfora pero es necesario, son de plástico y me resulta fácil limpiarlas je, je (todo suma).

Como comentaba ayer con una compi de la Escuela de Idiomas (ha llovido bastante, pero fue una época muy bonita), al final, cada uno, ha de intentar estar bien y ser lo más feliz que pueda en su isla. Y nada de obsesionarse con el pasado o agobiarse con el futuro. Gracias Rubí, por la paz que transmites, y por ser un soplo de aire fresco y distinto en medio de tanta paranoia. Debo reconocer que mi isla es cada vez más mía y más confortable. Quizá no tenga todavía las medidas ni los "muebles" que me gustaría, pero tal cual está, es perfecta. 

Esta pandemia me ha demostrado que los malos no se han hecho buenos precisamente. Los que ya eran buenos o se han quedado igual o han mejorado (excepto algún díscolo que ha ido a peor). También me ha ayudado a darle todavía más importancia a las relaciones humanas, al ritmo de cada persona, a las vivencias de cada cual, a los detalles compartidos, a la atención, al cariño (con y sin distancia), a los mimos sin fecha de caducidad, a las charlas sin tabúes, a la sinceridad con tacto, a la empatía real...Y por supuesto a recordar lo que de verdad importa. Para cuatro días que estamos en este mundo, vamos a pasarlos lo mejor que podamos, a arriesgarnos, a emocionarnos, a apoyarnos, a vivirlos con pasión. No sabemos qué nos deparará el mañana, ahora mucho menos que antes, pero sí aquello y aquellos que tenemos hoy, y es más que suficiente. 

Y vivan los paseos por la ribera del río, las visitas a las tiendas de "chinos" en busca de tesoros, el cine, los cafés, las conversaciones de sofá y mantita (o de coche, o cualquier otro lugar...¡Viva la comunicación!), los libros que cuentan historias que te recuerdan a personas, las coincidencias, las diferencias, las terrazas (sin lejía chorreando por las sillas), los reencuentros, las escapadas por la naturaleza (cámara al cuello), la gente que nos quiere y que nos hace querernos más a nosotros mismos y a ellos. Vivan los amigos, la familia, los compañeros...Y que vivan también los silencios mientras miramos a alguien a los ojos, las caricias, el móvil (cuando no hay otra alternativa), las noches de luna llena, las ganas de seguir mirando al cielo, los recuerdos amables. Ah bueno, por supuestísimo, ¡viva la música! Y esas canciones que hacemos nuestras e incluimos en la banda sonora de nuestra vida. Las cuestas cuando las subimos acompañados (solos es más aburrido y parecen más empinadas). Viva la gente sin adornos, sin grandes florituras, que son lo que aparentan, cristalinos como la orilla del Mediterráneo cuando las olas son pausadas (¡qué ganas de pisar la arena de la playa y contemplar el mar!). Y creo que ya me he quedado satisfecha, sabéis que llevaba bastante sin sentarme de manera pausada a escribir en el blog y hoy ya me lo pedía el cuerpo.

En desorden, ya he hablado de la isla (mi isla) y el tiempo. Me falta Quino. El título me parecía que sonaba mejor en el orden que lo puse, pese a habérmelo saltado a la torera. Quino, qué tristeza, se nos fue el pasado 30 de septiembre, a los 88 años. De pequeña la verdad es que Mafalda no me llamaba la atención, era casi una completa desconocida para mí. La descubrí gracias a uno de mis dos ángeles de la guarda. Gracias Jesús, no por Mafalda, sino por todo, quién iba a pensar que unos pisos más arriba vivía uno de mis ángeles de la guarda. Pues bien, conocer a Mafalda es quererla. Y Quino era su papá, por eso me dio tanta pena enterarme de su fallecimiento. Aunque tenemos la suerte que su obra está ahí, para siempre, así que él no se ha ido del todo. Durante muchos años Mafalda me ha acompañado en mi andadura laboral. Recuerdo perfectamente una que hice para el hall del CEIP Miróbriga de Ciudad Rodrigo (mi primer destino como funcionaria en prácticas). Tenía los brazos abiertos, pinté su ropa con ceras DACS en tonos azul y rosa pastel, y puse Estás en el CEIP Miróbriga...BIENVENID@. Otra decoró una especie de árbol sobre la convivencia colocado en una de las escaleras del CEIP Santa Catalina. ¿Te acuerdas, Marisa? Y otras viajaron después conmigo a los destinos por los que pasé. De hecho cuando me decidí a formar parte de Facebook (la de años que opuse resistencia), tuve claro que iba a ser mi imagen, y ahí sigue, abrazando el mundo, tan amorosa como siempre. No sé si tengo mucho, poco o nada de Mafalda, o Mafi, como a veces la llamo cariñosamente. Pero adoro su agudo sentido del humor, tan ácido a veces, sus juegos de palabras otras, no sé, todo, su manera de ver el mundo, y escudriñarlo. Me encanta la gente que no pasa de puntillas por él. Como pequeño homenaje, he hecho algunas fotos a parte de las cositas de Mafalda que tengo. Lo que pasa es que están repartidas y no he podido reunirlas todas (también el calendario, un clasificador, un cuaderno...). Tengo en la lista de pendientes visitar Oviedo, y cuando lo haga me sentaré a su lado. Sé que esa escultura está en otras partes del mundo, pero Oviedo me pilla más a mano.



Pero a Mafalda no la he usado solo como motivo decorativo de coles y/o mi casa. También ha sido una herramienta educativa, en coles e instituto (Guijuelo). Por eso, gracias infinitas Quino, por traer a este mundo una niña así, tan especial, un personaje para la posteridad, igual que su creador.

Además incluyo tres de las tiras de Mafalda. Disfrutadlas.



Y como una de mis "actividades" preferidas es dar las gracias. Gracias a los que hacéis que vea la vida más bonita todavía a través de vuestros ojos, o con ellos cerca. De ahí que vuelva a Rozalén, pero a la versión acústica, para repetirme un pelín menos. Y ya veremos qué nos muestran las estrellas, la luna o cualquier parte de este mundo raro, hermoso, a ratos incomprensible, sorprendente en otros momentos.

1 comentario:

  1. Qué buenos recuerdos, Raquelilla. De los que te acompañan y te ayudan a superar cuando los tiempos son menos buenos.
    Y si , cuánto antes a la foto con Mafalda 😘😘

    ResponderEliminar