sábado, 16 de octubre de 2021

Palabras al viento, nubes y una canción

En mi primera etapa como maestra en un instituto, ¡benditos retos los del Vía de la Plata!, aprendí una barbaridad junto a los preadolescentes o adolescentes tal cual, sin prefijos. La más importante, el no juzgar. Ellos únicamente van a confiar en nosotros, los "adultos", si quieren. Y una de las condiciones para animarse a hacerlo es estar segurísimos de algo: no vamos a juzgarlos, cuenten lo que cuenten, aunque a veces los ojos puedan hacernos chiribitas. Parece fácil, ¿verdad? Pues entre adultos debería ser igual, pero no siempre es así.

A ratos me siento hasta mal por luchar por lo que quiero, defender lo que siento, y no querer dar explicaciones día sí y día también, porque todo hace mella y solo aspiro, como cualquier otro ser humano supongo, a ser feliz. Al menos, lo más feliz que pueda y me permitan las circunstancias de cada momento de mi vida. Por eso hay días en los que no me quito el escudo y el chubasquero, para evitar que otros me hagan daño, intencionadamente o no, con sus opiniones, con lo que ellos consideran lo mejor para mí o lo que debería pasar en mi vida. Como opinar es gratis, a veces diviso una bandada de opinólogos aproximándose más de la cuenta. Pues no, va a ser que no, porque si no arriesgas no ganas y lamentaciones ninguna, me niego. Lamentaciones tendría si no me arriesgo. Entonces sí, el día de mañana estaría tirándome de los pelos. Y no tengo ganas, ya llevo una temporada larga en la que siento que estoy "en construcción" y necesito ir a mi ritmo, no al que otros creen que debería ir. Y aunque sean unas palabras al viento, botella al mar o como queráis, tenía ganas de plasmarlo, sin más.

Por lo demás el curso avanza a un ritmo vertiginoso, tanto que a veces asusta. Los adornos navideños están ya en más de una tienda (en realidad desde septiembre en algún caso), y la rutina hasta se agradece. Es una contradicción. Por una parte me viene bien la rutina de horarios porque siento que hay más orden en mi día a día. Por otra adoro los fines de semana y espero cada uno con ilusión, tachando (según la semana), los días en los que toca ir al curro.  Reconozco que mi semana laboral es como un parque de atracciones. Tengo días de montaña rusa, otros de noria mareante, alguno de túnel del terror e incluso una especie de bingo o piscina de bolas. Es todo menos aburrida, y me encanta. Ayer me reí muchísimo hablando con dos de mis alumnos (chico y chica del instituto) de español. En sesiones así recuerdo por qué estoy aquí y cuánto me gusta la Educación Compensatoria, pese a que no es nada fácil. No tengo remedio, me gustan los retos educativos, me va esta marcha. Aunque no todo es de color de rosa y hay días que no tengo ni la más remota idea de qué tecla tocar, porque no siempre se acierta y dar en el clavo no es fruto de la casualidad.

Esta mañana el cielo estaba plomizo, encapotado. Confíaba en que esas nubes grises quedaran en eso, y no se pusieran a llorar desde arriba. Hasta me arriesgué a salir sin paraguas (algo raro en mí). Y afortunadamente sí, hasta llegó a brillar el sol. Hay nubes en el cielo igual que en nuestras cabezas a veces, algunas dan tregua y otras se ponen a "descargar" como si no hubiera mañana. Pero hay que pasarlas. Debemos aprender a convivir con nubes, sol, tormenta, niebla...Si alguno tiene un día nublado, mucho ánimo, el sol sale, en serio, lo hace, aunque a veces haya que darle un empujoncito.

En cuanto al toque musical, no he encontrado en "Youtube" un vídeo que hoy quería compartir, de "El Kanka", porque su canción "Querría" cumple seis años, pero al buscarla di con un regalito, de Mr. Kilombo y El Canijo de Jerez. Se llama "Quédate a mi lao". Pues eso...

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