sábado, 16 de marzo de 2019

Pinceladas de emoción (14): la tristeza (2ª parte)

Hay emociones más fáciles de abordar que otras. La tristeza me parece uno de los más complicados. Sabía que no podía entrar "a saco" y por eso a ella le dedicaremos tres sesiones. En la primera, la semana pasada, hablamos de qué era la tristeza y qué hacen cada uno de ellos cuando están tristes. Quería aproximarnos a la tristeza poco a poco, no busco que mis alumnos sufran ni se sientan mal. No obstante, sé que se pueden emocionar al tocar este tema. Y no quiero que lloren porque sí ni entrar como un pulpo en una cacharrería. En mis aulas nunca ha habido ningún tema tabú, mis alumnos de otros cursos pueden dar fe de ello; pero sí una dosis extra de delicadeza según el tema. Se puede hablar de absolutamente todo, pero con tacto.

Ayer por la mañana, en la segunda mini-sesión sobre la tristeza, les presenté un "botiquín emocional para combatir la tristeza." Hablamos de para qué servía un botiquín, y qué podíamos encontrar dentro de uno "normal." Enumeraron muchas cosas que pueden estar en un botiquín al uso, diciendo para qué podía servir cada una. Les hice ver que una tirita no cura la herida, pero puede aliviar el dolor que la herida nos ha causado. Y lo que hay en el botiquín a veces solo sirve para eso, es un alivio, pero no necesariamente una cura. Aquí podéis ver tres imágenes del exterior del "botiquín."





Y después de tanta comparación, símil, paralelismo o metáfora, porque de todo hubo de manera indirecta, les sugerí que ellos llenaran ese botiquín. No les enseñé lo que había dentro. Les hice pensar en qué pondría cada uno de ellos en él para aliviar o curar la tristeza. Mi invitación fue a pensar cómo ellos personalmente curarían/aliviarían la tristeza de alguien o de qué forma se quitaría/disminuiría su propia tristeza.

Una niña captó rápido que lo que dijeran no tenía que ser algo que cupiera dentro del botiquín, vio la metáfora rápido. Algunos se explayaron más, otros menos, pero al final todos pusieron algo en el botiquín, yo también me uní a ellos.

Cada uno escribió lo que quiso en un papel, con su nombre escrito por la parte de atrás. Guardé todos en mi botiquín y empecé a leer las propuestas de cada uno (sin desvelar de quién era lo que leía). Ellos decían en voz alta con quién creía que se correspondía, y luego, uno a uno, iba diciendo el autor de cada idea. Hubo de todo: apoyo, besos, un gran abrazo, familia, contarle a alguien los problemas, peluches...Fue una actividad muy bonita porque en lo que pusieron plasmaban cómo eran ellos. Una niña, de las que escribió bastante, me incluyó en sus remedios para la tristeza. Cuando lo vi casi me echó a llorar...Qué bonito. Según lo escribo estoy tragando saliva para no emocionarme. 

Disfruté una barbaridad con lo que cada uno aportó, son de esos momentos preciosos que estos treinta minutitos escasos del final de semana me ponen en bandeja. Así que me despedí, como siempre en el quicio de la puerta, repartiendo cariño (cuando siento que es recíproco, y no molesta), más contenta que unas castañuelas. Hay miradas que abrazan y hay abrazos que son un oasis. Qué bien.

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