Y así vamos soplando velas. ¡Muchas felicidades de nuevo, Javier! O para que él me entienda, JaviHer, no no es una falta de ortografía. Gran profesional, amigo y, lo mejor, excelente ser humano. De esas personas con las que es facilísimo conectar y a las que es muy sencillo querer. Y con las que tuve la suerte de cruzarme por los pasillos del Vía de la Plata. Como bien decías esta tarde, va a ser una celebración simplemente el poder reunirnos, el día que se pueda, del mes que sea.
La vida sigue mientras pongo en orden papeles (y tiro otros tantos), libros, objetos de lo más variopintos...Además de teletrabajar, cocinar, hacer fotografías, leer, ver la tele, hablar (en persona, videollamada, por "guasap", manteniendo una distancia de seguridad...) Depende del día, voy pasándolo de una u otra forma, según cómo de arriba o no esté mi ánimo. El mío y el de los míos, en mi casa somos cuatro, como los mosqueteros je, je.
En medio de esas horas dedicadas a ordenar (si voy pasito a pasito, tengo para varias cuarentenas), doy con un molinillo rojo, lo junto al verde que ya usé hace unos días para grabar un vídeo muy breve para mi alumnado de Béjar. Y me pongo a soplar, como una niña pequeña. Ya de paso les hago una foto a los molinillos.
Estoy dedicando mucho tiempo a poner e orden los muebles de mi habitación, porque es un continuo viaje entre mis recuerdos, y me gusta parar, contemplar y revivir. La verdad es que tengo tendencia a conservar, a guardar, pero cada vez tiro más cosas sin dolor. Lo de tirar es curioso, cuesta dar el primer paso, pero luego es un no parar.
También saco a propósito el libro "Soñador feliz", comprado en la Feria del libro de Madrid de hace dos años. Y para guinda del pastel, las marionetas, guardadas con mimo para el momento en el que pueda usarlas con los niños, sean alumnos o no. Os dejo una foto de dos de ellas, tampoco es cuestión de hacer un inventario de toda mi habitación.
Todos los cuentos no tienen final feliz, no sabemos cómo terminará esta historia (pesadilla) actual, pero espero que el final, o la continuación, los escribamos entre todos, con letra firme y clara, con ganas de que la vida siga, sin sobresaltos, y aprendamos a disfrutar más de ella. Por eso, La vida sale, de José Mercé.
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