miércoles, 1 de abril de 2020

CRIE aniversario y la vida sigue: CORONAVIRUS día 18

Aunque hayamos estrenado el 1 de abril hace tres horas, ya puedo decir eso de "Hoy hace un año..."

Hoy hace un año que me marché al CRIE de Berlanga de Duero (Soria) con 13 de mis niños y niñas de 5º C del CEIP Filiberto Villalobos de Guijuelo.

Y parece que fue ayer. Todavía recuerdo (más o menos) como Juanjo, papá de Jaime, me decía cuando iba camino del baño. "Mira a ver, ¿estás segura?, todavía estás a tiempo de echarte para atrás", (palabras aproximadas je je).  Y se reía, no recuerdo muy bien qué le contesté, pero estaba tan segura de querer vivir esa aventura, y que fuera con ellos. Como le conozco, esa broma en vez de ponerme más nerviosa (intentaba disimular, estaba como un flan), hasta me relajó un poco.

Creo que nunca les habré agradecido lo suficiente a ese grupo de valientes, de valientes papás y mamás, que confiaran en mí (o se fiaran), para que me fuera con sus hijos/as hasta tierras sorianas. Del 1 al 5 de abril, salimos hacia Berlanga de Duero a las dos y veintiocho y llegamos a Guijuelo el 5 de abril alrededor de las tres y media de la tarde.

La noche anterior dormí poco, e intuyo más por agotamiento que por otra cosa. Estaba nerviosísima, pese a haber intentado cuidar hasta el más mínimo detalle, los nervios eran inevitables. 

Hice una lista de aquellas cosas que, antes de marcharme hacia Guijuelo en el bus de las siete y media de la mañana, tenía que llevar conmigo, o sí o sí. Compré un tarjetero para colocar las tarjetas sanitarias de todos. Llevaba una cartulina pequeña, plastificada, de aproximadamente la mitad de una cuartilla, con los nombres y teléfonos de todas las familias. En otra estaban escritas las alergias y medicamentos que algunos debían tomar. Además activé varias alarmas de mi móvil para que me avisarán de quién tenía que tomarse qué y a qué hora. Llevaba dos maletas, una con la ropa, cosas de aseo, etc. La otra con útiles necesarios en caso de emergencia, por si alguno se hacía daño, no podía dormir por la noche o lo que fuera. Mi kit particular incluía un peluche, una pelotita de estas que se pueden estrujar, un par de libros con historias bonitas...A eso le sumamos la mochila, con el portátil comprado expresamente para ser estrenado en el CRIE (bueno, lo probé antes en casa, pero lo adquirí con vistas a sacarle partido en Soria), la cámara con sus dos objetivos y todo lo demás, y mi bolso. Vamos, en resumen, iba más cargada que la mula Francis.

Es verdad que lo de ir hasta arriba de cosas en plan Tozudo (¿os acordáis de ese juego de MB?) es muy yo. Llevaba algún que otro "por si acaso" y solo las zapatillas de senderismo ocupaban mucho espacio.

Recuerdo que había puesto una hora para que los familiares pudieran entrar a la clase a despedirse de los niños. Y tuve que animarlos porque entraban tímidamente. Mientras tanto me quedé gran parte de ese ratito sentada, observando con disimulo las caras de unos y otros. Hubo algunas lágrimas, muchas sonrisas también, y amor, mucho amor en el aire. Una estampa preciosa, e inolvidable. En mi caso las despedidas habían sido en Salamanca, de mi madre a las ni se sabe de la mañana, porque solemos coincidir a la hora de desayunar. De mi hermano y mi padre la noche anterior, ellos no se pegan (y con razón), esos madrugones.

Fue arrancar el autobús, ver cómo dejábamos atrás a papás, mamás, hermanos, hermanas...Y una niña, tuvo un estallido de risa y llanto a la vez, que no me esperaba y nos sorprendió a todos.

Como en el camino había que parar a recoger a los niños y maestros de otros dos centros, decidí que era mejor que nosotros ocupáramos las primeras filas, así había menos riesgo de mareos (y los tenía mejor controlados). Por supuesto que les advertí que nada de sentarse dejando huecos, que todos juntos con las parejas que tenían. Hubo algún percance en el camino y no me quedó otra que hacer un cambio, por el bien de todos, de los niños y de mi paciencia, quedaba mucho camino por delante y había que dosificar. Gracias a una alumna supimos que nuestro conductor se llamaba Manolo. Para mí "Manolo el santo", porque tuvo una paciencia admirable.

Pero no, que no os dé un parraque, no pienso narraros, otra vez, las peripecias de cada jornada del CRIE. Más que nada porque para las familias especialmente, y mi tiempo me llevó (y lo que disfruté escribiéndolas), ya hice en su momento la crónica de cada día en este blog, podéis releerlas si queréis al pinchar en la etiqueta "CRIE Berlanga de Duero," colocada en la parte superior del blog, en un tono morado.

Aunque no hubiéramos estado confinados en casa, esta entrada de recordatorio del CRIE iba a estar igual, porque lo recuerdo con un cariño inmenso y la mejor experiencia educativa en la que me he embarcado hasta el momento.

Un año después, tiene mucho más significado todo lo vivido allí. Aunque fue algo absolutamente agotador, la vida dio que llegamos un viernes por la tarde, con un fin de semana estupendo para descansar, y luego tres días muy livianos académicamente gracias a las Jornadas Culturales.

Recuerdo como si fuera ayer vuestra morriña al estar lejos de vuestras familias. Las caritas tristes en los casos de los más contenidos, o las lágrimas que brotaban a borbotones en algunos momentos de los ojos de algunas niñas. Y el cariño, el cariño tan brutal que creo que ni entonces ni ahora acertaré a describir correctamente. Gracias a los que me hicisteis sentir "la mamá de 5ºC." Nunca he disfrutado tanto dando las buenas noches como cuando iba de habitación en habitación, antes de que apagasen las luces.

Es verdad que fue una responsabilidad de aúpa, que asumí con gusto, pero nadie me lo pidió, fui porque quise, me arriesgué porque quise, y pude disfrutarlo gracias a haberme lanzado a la piscina (sin estar muy segura de lo que me iba a encontrar).

Guardo las imágenes de esos días con muchísimo cariño, y me encanta verlas de vez en cuando, y revivir esos momentos. Aunque la de los catorce en La Fuentona, es una de las fotografías que está en mi habitación, y contemplo a diario. A esa le tengo un cariño especial, por la magia del paraje en sí y por vuestra compañía, por la sensación de grupo, que no era muy común experimentar en 5ºC (y vosotros, niños y adultos, lo sabéis).

No sé si a vosotros la experiencia os marcó tanto o no como a mí. Lo que sí espero es que la recordéis con cariño. Soy consciente que no todo fueron risas, hubo algunos enfados, malentendidos, rebotes...Y los mayores "problemillas," bajo mi punto de vista, en los momentos del comedor. Y eso que la comida estaba muy rica y además sabíais el menú mucho antes de llegar al CRIE. Recuerdo perfectamente lo que dijeron Javier y Sara la noche que llegamos. No os iban a obligar a comer todo lo del plato, pero sí querían que comieseis un poco de todo lo que os pusieran, al menos que lo probaseis.

Con la mano en el corazón he de reconocer que sí tenía ganas de volver al CRIE este curso, de hecho me habría parecido un maravilloso "Viaje de Fin de curso" para 6º, un broche ideal para despediros del cole. Pero como no hubo manera de volver al Fili de Guijuelo este curso, lo estuve madurando y no me veía yo, con otros niños, por majetes que sean (y lo son, y mucho), yendo con tan pocos meses de diferencia con otros niños...Así que preferí estar callada y no repetir esta vez. Aunque tengo claro que volveré, no sé cuándo pasará, pero sucederá.

Aunque sinceramente, que nos quiten lo "bailao", como el Sarandonga de la última noche. Disfruté mucho viendo cómo os desenvolvíais por allí una vez que conocimos las instalaciones y la dinámica de CRIE. Por ejemplo me viene a la cabeza una foto de los más futboleros en la pista, con una sonrisa, que no necesitaba palabras. Es de las pocas veces que me lo he pasado bien madrugando, y despertando a los más dormilones, con música a todo trapo (la que nos ponían allí).

Antes de ir me advirtieron que no hacía falta que me quedara en los talleres, que podía echarme la siesta o lo que me apeteciera. Sí hombre, pensé yo, vengo con mis niños/as y me echo a la bartola. De eso nada. Así que hice bien de ejercicio yendo de una planta a otra para veros y acompañaros en los talleres y en los grupos de cada uno. Era una alegría entrar y ver que algunos me buscaban con la mirada, veían que estaban y sonreían, sin más. U otras se acercaban a abrazarme, argumentando que "hacía mucho que no me veían," creo que nunca pasé más de una hora sin ver a algún niño/a en el CRIE. Ya me encargaba yo de estar un poco en todas partes, como el espíritu santo.

Tiendo a comparar el CRIE con una burbuja, apartados de nuestras familias, tierra y rutinas, pero una burbuja en la que era bonito estar. Nos acordamos en muchos momentos de los ausentes, empezando por el reparto de habitaciones el día que llegamos, al escuchar que en otro centro había una niña con el mismo nombre y apellido que una de las que se había quedado en casa. 

Mantengo que en la clase hubo un antes y un después del CRIE, curiosamente para todos, los que fuimos y lo que no estuvieron. Y como grupo, ese postCRIE fue muy positivo.

Y básicamente, eso era. Que hoy es 1 de abril de 2020 y tenía ganas de echar la vista atrás, y compartir esta entrada del blog con todos vosotros, papás, mamás y, los "protas." Gracias por tanta generosidad a todos los niveles durante esos días tan inolvidables. Os quiero y espero que, pese a lo duro del encierro actual, estéis bien, eso es lo importante. Pensad en lo mucho que vais a disfrutar de cada momento fuera de casa. Ya, cuando se pueda. Sí, cuando nos dejen. 

Y este primer aniversario de mi estancia en el CRIE es el que ocupa casi toda la entrada del blog de hoy, no podía ser de otra manera.

Mi audio de ayer, con originalidad cero (lo siento, el encierro nos va pesando a todos), corrió a cargo de Defreds y su texto, 34:

Si tuviera solo treinta y cuatro palabras para decirte todo lo que siento por ti, me sentiría a tu lado, no diría nada, y te darías cuenta de lo que cambia mi cara al verte reír.

Sé que las noticias que llegan de un medio u otro no son precisamente para estar alegres. He optado por leer y escuchar cada vez menos sobre el COVID-19, por salud mental. Quiero mantener el ánimo arriba el máximo de tiempo posible. Al final creo que este confinamiento se resume en CUIDAR y CUIDARSE. Cuidar a los que están a nuestro lado, sea físicamente o no; cuidarnos a nosotros mismos, para estar bien y porque es la única forma de poder cuidar a otras personas. Quizás aquí uno mismo vaya primero, porque si nosotros no estamos bien o enfermamos, a ver cómo vamos a hacer para cuidar a los demás...

Cada día que pasa voy asumiendo que es más que probable que no nos incorporemos a las aulas, al menos no con alumnado. Y me resulta duro. Pero como hace un par de días dije en Facebook a raíz de una carta que una madre y directora de un centro compartió, a mí lo que de verdad me importa, es lo de siempre,  que mis alumnos sean FELICES.

Y sí, qué mal está que se "pierdan" meses de clases presenciales. Pues desde luego, pero no es lo prioritario ahora y no pienso tupirles a tareas, que con lo que tienen, tienen de sobra. Actividades sí, desde luego, no son vacaciones, pero con moderación. Con eso de "con lo que tienen" me refiero a la situación en sí, de tener que permanecer en casa las 24 horas del día. Una cosa es cómo lo llevamos los adultos, y otra que no tiene color, es cómo puede estar llevándolo un niño, no me gustaría estar en su piel.

Aunque quiero terminar la entrada con recuerdos agradables, por eso tiro de imágenes del CRIE de Berlanga de Duero:













Y volviendo al "estado de alarma", ya sabéis: UN DÍA MÁS, UN DÍA MENOS.

Esta vez la música corre a cargo de Vanessa Martín:



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