martes, 31 de marzo de 2020

Epílogo: CORONAVIRUS día 17

Os dejo las dos primeras acepciones, según la web de la RAE, de la palabra epílogo:
epílogo


1. m. Recapitulación de lo dicho en un discurso o en otra composición literaria.
2. m. Última parte de una obra, en la que se refieren hechos posteriores a los recogidos en ella o reflexiones relacionadas con su tema central.
Sé que es algo raro, pero para el audio de anoche elegí un epílogo. Me di cuenta que sin leer el resto del libro, se entendía a la perfección.

Es del libro "Cuentos para crecer por dentro," escrito por Nekane González y Virginia Gonzalo, de la editorial Nube de Tinta.

Pasado el tiempo nos damos cuenta de algo.
Y es que no podemos curarnos solos.
Necesitamos de los demás para poder continuar.
Porque dentro del bolso siempre hay algún objeto perdido.

Muy al fondo.
Que no se usa.
Escondido.
Con miedo a ser utilizado, también.
Un objeto que ha olvidado para qué servía.
Pasado el tiempo nos damos cuenta de algo.
Y es que nosotros somos ese objeto.
Enterrado entre cientos de exigencias y pensamientos ajenos.
Por dentro, estamos nosotros.
Con muchas posibilidades heridas.
Pero con cientos de ellas intactas.
Esperando a que las nombremos para aparecer.

Pasado el tiempo nos damos cuenta de algo.
Y es que no somos nosotros los que estamos rotos.
Ni los que necesitamos ser reparados.
Son nuestros miedos, inseguridades y culpas los que han sido destrozados.
Los que se amontonan a nuestros pies haciendo un pantano sólido.
Los que nos impiden seguir.
Así que tenemos que arreglarlos.
Recoger del suelo todos estos temores, esa indecisión y aquel tropiezo.
Darles cariño.
Hasta que les crezcan alas de nuevo.
Y puedan volar lejos.
Antes o después de todo.
Dejándonos un poco más libres.

Pasado el tiempo nos damos cuenta de algo.
Y es que no hay certezas.
Solo hay personas aquí que se preocupan por nosotros.
Por que estemos bien.
O al menos, mejor.
Que transforman las palabras en semillas.
Y nos las ponen debajo de la lengua hasta que nos tranquilizamos.
Que plantan ideas buganvilla en nuestras cabezas.
Que nos invaden.
Para luego estallar.
Floreciéndonos.
Hay personas que nos cuentan historias para calmarnos.
Porque les importamos.

Pasado el tiempo nos damos cuenta de algo.
Y es que las tormentas no se van.
Porque nosotros también somos la tormenta.
Solo nos queda salir de dentro.
Abrir la puerta, cerrar los ojos, levantar la cabeza hacia la lluvia.
Para recordar de nuevo.
Que siempre fuimos resistentes al agua.


Desde luego no creo que esto sea el final, a mí el confinamiento me parece una especie de paréntesis, a ratos de pesadilla, de un reloj de arena paralizado, de jaula de oro (según para quién), cárcel...Mil cosas, lo que está claro es que está dejando huellas y más va a dejar. Esa es la parte negativa. Lo peor ver que los fallecidos no parecen personas, sino un número, y se están yendo sin hacer ruido. El "ruido" queda para sus seres queridos, que no están pudiendo darles una despedida digna. Pero claro, ¿quién iba a pensar en una pandemia mundial? Nadie.


Entre las cosas positivas, está ver la casa como refugio, oasis, hogar, isla, punto de encuentro...Aunque nos hartemos (a ratos), de pasar tantísimas horas en ella. También estamos disfrutando un tiempo con nuestros seres queridos que nunca pensábamos que fuera posible. Y si no es en persona, porque físicamente no se pueda, conectados a través de las nuevas tecnologías. Una vez más, bendito internet. Los smartphones me parecen más inteligentes (y útiles) que nunca.

Imagen propiedad de Raquel Plaza Juan.
Y cuando iba leyendo ese maravilloso epílogo, asociaba esas palabras con personas concretas, con nombres y apellidos, a las que en días normales y corrientes me gusta tener en mi vida, y en periodos duros, como no deja de ser este, por muy lado bueno que intentemos verle, quiero todavía más...si es que se puede. 

No hace falta hacer nada del otro jueves para ayuda a alguien, o a hacer que se sienta acompañado. Por ejemplo, personalmente, agradezco mucho el sentir que alguien está ahí, sin más. Y como dice el texto, esas personas que no es que se preocupan por que estemos bien, sino simplemente mejor. Qué queréis que os diga, hay golpes que no se van de un día para otro, y estar mejor , que no bien, es ya un pequeño gran triunfo.

La suerte es que estos días, pese a las dificultades, no se me están haciendo largos. Agobia la situación en sí, pero el reloj se mueve relativamente rápido. Hay horas en las que me aburro, pese a tener una lista interminable de asuntos pendientes, es una contradicción, pero es así.

Creo que ya vamos a empezar con los pocos juegos de mesa que hay en casa, alternándolos con películas pendientes, series, libros...Y teletrabajo, eso siempre, es parte de la rutina. Echo mucho de menos a mis compañeros, el saludarnos por la mañana. Es muy bonito que la jornada comience con un intercambio de sonrisas. Incluso antes de llegar en el cole, el trayecto con mi compi de anécdotas del bus, desde la estación hasta el cole y viceversa. Al conserje, con el que también me río mucho y es un compañero más. Por supuesto que a los alumnos, si me imagino el cole vacío me entran ganas de llorar. Porque no estamos de vacaciones, estamos de confinamiento, y no es lo mismo.

Eso en lo que respecta a mi día a día nivel laboral. Y de la vida fuera del cole ya he dado pinceladas en muchas entradas previas. No quiero aburrir con todo lo que echo de menos. Y eso que lo que tengo es para sentirme la persona más rica del mundo. Rica en lazos humanos. ¿Existe otra riqueza mayor? De corazón creo que no. Qué bonito que haya cosas que el dinero nunca va a poder comprar.  Como siempre, UN DÍA MÁS, UN DÍA MENOS...

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