jueves, 26 de marzo de 2020

Miradas: CORONAVIRUS día 12

En una de mis primeras experiencias laborales, fui tutora, en Madrid capital, de un grupo de 2º de Educación Primaria. En Lengua venía una unidad sobre las profesiones y en clase, a modo de introducción, hablamos de a qué se dedicaba cada papá o mamá, para saber qué vocabulario manejaban a cerca de ese tema. Uno de mis alumnos no quería decir la profesión de su papá porque se avergonzaba: era barrendero. Por supuesto que expliqué que todas las profesiones tienen importancia en la sociedad, y son necesarias. Y gracias a personas como su papá, nos encontrábamos las calles limpias y no llenas de porquería. El niño al principio pegó un respingo en la silla, no parecía muy convencido, pero después incluso esbozó una tímida sonrisa al ver que sus compañeros reaccionaban en la misma línea que yo. Todos hacemos falta. Y ser barrendero no ha de ser motivo de vergüenza. Ni mucho menos. Y así con otras tantas profesiones a las que muchos miran por encima del hombro. Me revientan, no puedo evitarlo y lo disimulo bastante mal.

Me estoy acordando ahora de los conductores de autobús. En lo que va de curso prácticamente a diario he ido y vuelto en autobús a Béjar. Tengo la manía de sentarme, si tengo la opción, en la primera fila de asientos. Y me cabreo, me enfado día tras día al ver que muchos de los que entran en el bus, casi siempre son los jóvenes, ni se dignan a saludar al conductor. Hace cosa de un mes se lo comenté a uno de ellos, a uno de los Luises (Encarna, Ana Belén, qué recuerdos), es lo que tiene haber coincidido ya en anteriores ocasiones (el curso pasado en el "Fili" de Guijuelo y los dos que estuve en el instituto, también en Guijuelo).           

Como soy una ilusa, quiero pensar que el estado de alarma está ayudando a mirar a todos (o quizás a algunos grupos en concreto)  de una manera más amable. A valorar más el trabajo de un cajero de supermercado, un reponedor, un camionero, un autónomo (haga lo que haga), personal de limpieza...Si salimos de esta sin inmutarnos, no habrá servido de gran cosa. Y también que está haciéndonos ver que hay cuidar más a todo el personal sanitario, porque me da la sensación que faltan medios, no solo para atender adecuadamente a los afectados por el COVID-19, sino para los que nos cuidadores, sean técnicos sanitarios, enfermeros, médicos...T-O-D-O-S. Desde la primera persona hasta la última que entra en contacto con cualquier enfermo y pone su granito de arena para que todo salga bien.

Y no nos engañemos, todos los del párrafo anterior, puntos suspensivos incluidos, no son héroes. Son personas de carne y hueso que cumplen con su deber. Y lo hacen pese al miedo, por la salud de los suyos y por la suya propia. Aquí están, yendo a trabajar cada día, jugándosela. Y a mí me tiembla todo solo de pensarlo. No me gustaría estar en su pellejo. 

Ojalá esto sea un punto de inflexión, para que la gente se replantee su escala de valores, y la sociedad vea que hay que invertir más en Sanidad, Educación, Investigación...Y mejorar las condiciones en las que trabajan muchas personas. 

Creo que cada una de las personas que han fallecido ya y aquellos que morirán en las próximas horas, días, semanas (tal vez hasta meses) se merecen sentir, aunque sea desde arriba, que su muerte ha servido de algo. Se me saltan las lágrimas de imaginarme a toda la gente que está dejando sola este mundo, o sin la posibilidad de despedirse de sus familiares. En serio, se me hiela la sangre. 

Llamadas de atención así, a mí me ayudan a reflexionar más que nunca. Me planteo preguntas de las que quizá nadie sepa la respuesta, y otras que ni siquiera me atrevo a verbalizar.

Lo que me encanta es notar el calor del círculo humano con el que cuento, estén aquí en Salamanca capital, Guijuelo, Madrid, A Coruña, Plasencia, Irlanda, Peñaranda de Bracamonte, Roquetas de Mar...Sí, definitivamente razón tienen los que dicen que es en las malas cuando uno sabe con quién puede contar de verdad. Y cuántas ganas de miraros a los ojos a todos y sonreír, y abrazarnos, sin palabras ni nada, no creo que hagan falta.

Hablamos a diario del ánimo, del propio y del ajeno, de cómo están los demás y cómo nos encontramos nosotros. La verdad es que me encuentro bien, bastante animada, no os miento. Cuando no he estado bien lo he dicho también. No obstante, sería una inconsciente si en algunos momentos no sintiera algo de miedo por lo que está pasando (y lo que pueda llegar a pasar). Otros simplemente tengo mis momentos de bajón. 

Ayer recurrí de nuevo al blog de Lola Ortiz, Un rincón maravilloso, buscaba un texto con el que me sintiera identificada, sin que específicamente hablara del COVID-19. Y rebusqué hasta dar con uno que encajaba con lo que quería, del 28 de septiembre de 2019:

Creo en los detalles, en los pequeños detalles. Creo en las persinas que saben sacar tiempo de donde sea para acompañarte ese día que más lo necesitas. En quien sabe hacerte feliz. Creo en las ganas, en las prioridades y en el amor. En la ilusión y la felicidad. Creo en aquellos que saben ser cuando no pueden estar. Y en los que son todavía más cuando están. Creo en los sueños y en que se cumplen. Y en aquellos que se alegran cuando lo haces. Creo en quien marca la diferencia, en quien no falla y en quien demuestra con hechos y no con palabras. Creo en las sonrisas y en los abrazos. En las miradas de complicidad y en las lágrimas de emoción. Creo en cada paso que doy y en que lo mejor está por vivir.

Y de fondo, una canción que me gusta una barbaridad, El vals de Kairo, de Ara Malikian:


Creo en mirarse a los ojos, y sentir que las palabras sobran. Creo en la gente que es golpeada por la vida con dureza y sigue ahí, sobreviviendo y ayudando a otros a relativizar. Creo en la solidaridad del ser humano. Creo en la humanidad (bueno, en una pequeña parte de ella). Creo en la gente valiente. Creo en la gente que da igual las veces que tropiece, pero pone de su parte y se levanta (aunque cueste). Creo en el poder del tiempo, no digo que sea mágico, pero sí pone su granito de arena para suavizar. Creo en la gente que ayuda en lo que puede a otros.  Creo en las personas que hacen todo un poquito más fácil y, si te la "complican", es para bien. Creo en el poder del amor. Creo en los que no han renunciado a ser felices, sea cuando sea. Creo en la gente BUENA, con mayúscula. Creo en mi gente.

Imagen propiedad de Raquel Plaza. (Cerca de Casas del Conde, Salamanca)

2 comentarios:

  1. Si salimos de esta sin inmutarnos, no habrá servido d gran cosa. Me quedo con esa frase!

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    1. Hola Nekane, pues sí, lo pienso tal cual lo escribí. Igual que está sirviendo para ver la calidad humana de las personas, de la sociedad a la que pertenecemos, y aquí no hay máscaras, el carnaval ya pasó. Me emocionan la cantidad de gestos preciosos de gente que ayuda a otra gente, conociéndola o sin saber a quién beneficiará su "buena acción." La de cosas que llevamos aprendidas en estos días...Y las lecciones van a continuar.

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